El santo resentido
“Entre tanto, el hijo mayor se
hallaba en el campo. Al regresar, llegando ya cerca de la casa, oyó la música y
el baile. Llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba, y el criado le
contestó: - Tu hermano ha vuelto, y tu padre ha mandado matar al becerro
cebado, porque ha venido sano y salvo-. Tanto irritó esto al hermano mayor, que
no quería entrar; así que su padre tuvo que salir a rogarle que lo hiciese. Él
respondió a su padre: -Tú sabes cuántos años te he servido, sin desobedecerte
nunca, y jamás me has dado ni siquiera un cabrito para hacer fiesta con mis
amigos. En cambio, llega ahora este hijo tuyo, que ha malgastado tu dinero con
prostitutas, y matas para él el becerro cebado-“[1].
Si leemos la parábola del hijo
pródigo teniendo en cuenta esta realidad vemos con claridad como la sociedad en
las que vivimos se ha alejado de la casa del padre, de la casa común, a un
mundo ficticio heteronormativo. Los estudios que se realizan ponen de relieve
que ese mundo heterocentrado genera violencia, negación y dolor al intentar
imponer una ideología que entiende la diversidad y la diferencia como un
peligro a combatir. En ese mundo no hay padres, ni hijas, ni hermanos, ni
amigas... quien no es como nosotros no es de los nuestros.
Sin embargo las cosas van
cambiando y muchos nos sentimos afortunados de formar parte de una sociedad que
ha decidido ponerse en marcha, hacia la casa el hermano y del padre, creando
mecanismos que protejan a todas y todos de la violencia heteronormativa y
patriarcal. En Cataluña está previsto que El Parlament apruebe una ley
contra la LGTBfobia el próximo mes de Octubre[7].
Una ley que ha sido debatida y pactada por la mayoría de partidos, que recoge
también aportaciones de muchas entidades catalanas, y que comienza aclarando la
finalidad que persigue: “El objetivo de la ley de derechos de las personas
gays, lesbianas, bisexuales y transexuales para la erradicación de la
homofobia, lesbofobia y transfobia es desarrollar y garantizar los derechos de
las personas lesbianas y gays, mujeres y hombres bisexuales y transexuales, y
evitar situaciones de discriminación y violencia hacia este colectivo”.
Ante este tipo de reconocimiento,
el de la necesidad de dotarse de unas leyes que permitan acabar con la lacra de
la discriminación y la violencia hacia las personas LGTB que viven en Cataluña,
nos sentimos algunas y algunos como en una fiesta donde el Padre ha sacado el “becerro
cebado” para celebrar la vuelta de nuestros hermanos y hermanas a casa. Es
un motivo de alegría ver delante de nuestros ojos lo que hace unos años éramos
incapaces de soñar: la posibilidad de que las personas LGTB vean respetados sus
derechos como cualquier otra ciudadana o ciudadano. No podemos bajar la
guardia, claro está, y hay que ver como se llevan a la práctica estas leyes,
pero indudablemente se abre un periodo de esperanza para la mayoría de la población. La invisibilización
ha sido siempre una forma de humillar y someter, pero también de esconder la
discriminación y el odio de los violentos. Pero nuestra sociedad ya no está por
invisibilizarnos, se ha dado cuenta del pecado que ha cometido al alejarse de
la casa compartida del Padre. Ha madurado, y ha entendido que la cohesión
social tiene mucho que ver con el respeto a las minorías.
Sabemos eso sí que leyes como ésta
han levantado las críticas de entidades y grupos que desde años han decidido
vivir en la marginalidad y abanderar los discursos homófobos que después se
materializan, como los estudios indican, de manera dramática. La jerarquía
católica o la Alianza Evangélica
Española son ejemplos de quienes se oponen a la aprobación de
esta ley. Sin duda, si no tenemos perspectiva histórica, puede llamar la
atención que dos entidades cristianas que hablan de amor, evangelio, respeto al
prójimo, entrega o humildad se opongan a que un colectivo objetivamente
discriminado pueda ser protegido legalmente. Puede sorprender que no quieran
alegrarse de algo que evidentemente es motivo de satisfacción para las personas
que creen en la justicia.
Pero en la parábola se nos habla
claramente del hermano mayor, del santo resentido, aquel que no quiere entrar
en la fiesta que el padre mandó organizar por la vuelta del hijo pródigo. Se
nos habla de quienes creyéndose mejor que sus hermanos, y que incluso pudieron
ser el motivo de que estos decidiera alejarse, se quejan por no ver respetado
su trabajo, su opinión, su manera de ver las cosas. En el fondo es posible que
el santo resentido se alejara de la casa del padre antes que su hermano, quizás
no de forma física, pero sí emocional: su padre había dejado de ser su padre
desde hacía tiempo para convertirse en un amo. Había cambiado el amor por la
ley, y el cumplimiento de la letra le ayudaba a sentirse bueno, mejor que los
demás.
La jerarquía católica y la Alianza Evangélica
Española dejaron la casa del padre hace mucho tiempo. La
homofobia es casi inherente a lo que son, y a veces parece imposible que puedan
renunciar a ella. Y ahora se sienten ofendidas, no pueden comprender que el
discurso homófobo que defienden no tenga cabida en nuestra sociedad, no
comprenden la fiesta que se celebra en la casa que ellos decían amar, pero que
en realidad sólo querían utilizar en su propio beneficio. En realidad el
cristianismo, la fe en Jesús, les llama a entrar, a pedir perdón, a
reconciliarse y a trabajar por la justicia, pero ellos están resentidos. Ellos
siempre habían sido los buenos, pero en este momento sale a la luz su verdadera
naturaleza, que son tan falibles y egoístas como los demás. No quieren que se
les impida ejercer su odio, ni siquiera reaccionan ante la realidad, ante los
testimonios de personas que explican la consecuencia de su cerrazón, de su
homofobia. Pero a ellos esta gente no les importa, de hecho ni se acercan a
ellas para dialogar, para hablar, como les exige el evangelio. Sólo quieren
defender su falsa realidad, la que les presentaba como hijos fieles, cuando en
realidad estaban en la misma situación que el hijo pródigo.
No existe en estos santos
resentidos la voluntad de construir una sociedad plural que respete la
diversidad, sino la de poder seguir transmitiendo un discurso de odio y
discriminación que tiene un impacto evidente en las comunidades y las personas
a las que representan. Y esta voluntad de segregar, de negar los derechos de
las personas LGTB lo quieren disfrazar de libertad de expresión. Pero gracias a
Dios vivimos en una sociedad en la que la libertad de expresión acaba cuando se
vulneran los derechos de otras personas, cuando se incita al odio, se va contra
el derecho al honor, o se injuria. No se les pide ni más ni menos que a otros
colectivos, pueden opinar, valorar, pero no pueden incitar a la discriminación,
si lo hacen, evidentemente, estarán incurriendo en un delito.
El padre pide al santo resentido
que entre en su casa a celebrar la fiesta por la vuelta del hermano, quizás
porque también quiere festejar la
suya. Y aquí nos deja la parábola, sin saber si el hermano
mayor entra o se queda fuera. Una entrada que sólo puede tener lugar si está
dispuesto a festejar el perdón infinito del padre a dos hermanos que se
alejaron de la casa común, de la casa de todas y todos. Es imposible entrar si
persiste en su delito, en su odio, en su arrogancia, en su resentimiento... no
importa que sea hijo, los santos resentidos siempre viven fuera de casa. Los
santos resentidos no tienen padre ni hermanos, sólo una visión legalista que
deja fuera el amor, y que les hace vivir como jornaleros. Pero la voz del padre
sigue invitándoles a la fiesta, a unirse al gozo del hijo que se ha dado cuenta
de su homofobia. La voz del padre les invita a abandonar ahora la suya, sin
excusas, sin demoras... Sólo si son capaces de hacerlo, sabrán realmente lo que
significa ser el hijo de un padre que ama incondicionalmente y que les perdona.
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