El evangelio para la comunidad LGTB
“Y les dijo: Id y
predicad el evangelio a toda criatura[1]”
Muchas personas LGTB que han
salido del armario dejaron allí, en el armario, eso que conocían como
evangelio. La buena noticia que el cristianismo venía a darles se traducía en
abusos en su niñez, desprecios y humillaciones por su manera de comportarse,
terapias reparativas, condenas, pérdida del entorno familiar, oposición a sus
derechos básicos, culpabilización, exclusión de las comunidades... y podríamos
seguir, y seguir añadiendo experiencias terribles que tuvieron su origen en el
evangelio que se les anunciaba.
La salida del armario ha sido
para ellas lo más parecido a la propuesta que Jesús hizo al religioso Nicodemo,
pero que este no quiso aceptar: “nacer de nuevo”. De lo que significa el
doloroso paso de nacer de nuevo para ver y vivir en un mundo que te hace más
feliz, saben mucho las personas LGTB. Y esa nueva vida ya no quiere tener nada
que ver con la anterior, ni siquiera para pararse un momento como la mujer de
Lot para echar la mirada atrás y ver su Sodoma en llamas. No vaya a ser que
mirando desde lejos la ciudad que creó la religión para que vivieran
humillados, vuelvan a convertirse en una estatua de sal incapaz de moverse para
seguir al ángel que les lleva de la mano a un lugar seguro.
No vamos a caer en el
reduccionismo que algunos proponen cuando dicen que la comunidad LGTB sólo
ofrece a sus miembros sexo, relaciones superficiales y una vida
insatisfactoria, mientras que el cristianismo ofrece una vida con sentido.
Decir eso en otros contextos puede levantar aplausos, pero dentro del colectivo
LGTB sólo muestra una gran ignorancia. Sería imposible que el colectivo LGTB
hubiera podido lograr muchas de sus reivindicaciones sin un compromiso claro y
profundo por la
justicia. Durante años ha existido una red de apoyo entre
personas que sabían lo que significaba quedarse sin nada tras salir del
armario, y ese quedarse sin nada podía ser sin familia, sin trabajo, sin
dinero... En muchos momentos las personas LGTB han acompañado hasta la muerte a
personas que las comunidades cristianas trataban como apestadas. La comunidad LGTB ha
demostrado una capacidad de empatía y de trabajo por dar dignidad y felicidad a
tantas personas, que es estúpido llegar ahora para poner al cristianismo como
ejemplo de algo. ¿Qué significa entonces predicar la buena noticia dentro de
nuestro colectivo?¿deberíamos hacerlo? Y si es así, ¿cómo?.
Sobre si deberíamos anunciar el
evangelio, la buena noticia, el mensaje liberador de Jesús, creo que no hay
duda. Deberíamos estar avergonzados por como se ha venido llevando hasta ahora
con las personas LGTB, pero la transmisión del evangelio es algo inherente al
hecho de ser cristianos. No existe eso del cristianismo para la intimidad... el
cristianismo es una propuesta de liberación que no va dirigida únicamente a uno
mismo sino también a nuestro entorno. Si de verdad somos seguidores de Jesús,
si de verdad nos hemos puesto en camino hacia el Reino que él anunciaba,
debemos compartir las Buenas Noticias con las personas que tenemos más cerca,
con las personas que, como nosotros, creen que es necesario seguir construyendo
un mundo más justo. Un mundo que para cristianos y cristianas anticipa aquel
que anhelamos y en el que todas y todos viviremos en paz y alcanzaremos la
plenitud junto a Aquel que lo es todo en todas y todos.
Predicar el evangelio a las
personas LGTB no es proponerles una ideología determinada que sea atractiva,
tampoco llamarles al arrepentimiento de lo que nosotras y nosotros consideramos
inaceptable bajo nuestra moral particular. No deberíamos confundir nuestra visión
del evangelio con el evangelio mismo. Para sacar del armario al Jesús que
muchos y muchas dejaron atrás en su búsqueda de liberación, deberíamos dejarle
expresarse tal y como es, y si tiene la misma fuerza que hace dos mil años,
transformará a las personas. Por eso creo que debemos acercar el mensaje de
Jesús a las personas LGTB, y que sean sus palabras, leídas en una Biblia o en
la vida de cristianos y cristianas comprometidas con el evangelio, las que
permitan valorar a quienes un día dejaron todo para tener una vida más digna y
plena, si el seguimiento de Jesús, si el evangelio, les permite seguir liberándose
de tantas y tantas opresiones que todas y todos llevamos dentro. No somos
nosotros ni nosotras quienes debemos convencer, es el evangelio mismo quien
debe y puede hacerlo.
Nosotros no somos el evangelio,
en eso se equivocan tantos y tantos fundamentalistas que se autoerigen en los
defensores de un evangelio que identifican con su manera de entender el mundo. Las
cristianas y cristianos somos transmisores imperfectos del evangelio con
nuestra vida y con nuestras palabras. Y esa transmisión hacia las personas LGTB
debería ser hecha desde la humildad de quienes saben por experiencia, que estas
personas han sido injusta y atrozmente tratadas por el cristianismo. Además, se
debería poner en valor la labor que han realizado y la presencia de Dios en su
manera de apoyarse y sostenerse unas a otros cuando no había nadie que quería
hacerlo. Y en ese ponerse al lado o detrás, y no delante o arriba, es como podemos
liberar al evangelio de ese aire opresivo hacia las personas LGTB que lo ha
envuelto durante tantos y tantos siglos.
El evangelio de Jesús transforma
a los seres humanos y ayuda a construir un mundo mejor. Es difícil decir eso
cuando muchas personas han experimentado lo contrario, pero por muy difícil que
sea debemos seguir anunciándolo con humildad pero con determinación. La salida
del armario, la liberación que eso supuso, es sólo una muestra, un avance de la
liberación total a la que nos invita el evangelio. Una liberación que no sólo
es individual, sino que algún día transformará el mundo entero. Las personas
LGTB tienen mucho que aportar al evangelio con sus experiencias, pero también
el evangelio puede seguir aportándoles a ellas. Si pensamos que es así, no
podemos más que anunciarlo, con humildad pero con determinación.
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