Entre el luto y la alegría
Me ha impresionado la forma en la que Lorca habla sobre la
represión en su obra: “La casa de Bernarda Alba”. Una represión que
describe en forma de mujer; Cinco hermanas que, tras la muerte de su padre, son
condenadas por Bernarda, la madre, a vivir encerradas en casa durante ocho años
y a vestir de un negro riguroso: “En ocho años que dure el luto no ha de
entrar en esta casa el viento de la calle. Haremos cuenta que hemos tapiado con
ladrillos puertas y ventanas” Y es que como afirma Bernarda: “Eso tiene ser mujer”. (1)
Mientras leía esta obra de teatro me preguntaba si la
experiencia cristiana no es en muchos casos similar a la que propone Lorca, una
experiencia que tiene más que ver con el luto, con la represión y con la tristeza,
que con la vida, la libertad y la alegría. No sé si la contestación es afirmativa,
pero estoy convencido de que ésta es la idea que la mayoría de personas tienen
de nosotros los cristianos. Nietzsche lo decía así de claro: “El santo en el
que Dios tiene su complacencia es el castrado ideal... La vida acaba donde
comienza el reino de Dios...”. (2)
Quizás no tengamos escapatoria y estemos abocados a vivir
en un valle de sombras. ¿Como puede ser de otra forma si la crucifixión de
Jesús es el centro de nuestra fe, si el Jesús sufriente es modelo para todos
nosotros, si su entrega y su humillación inspira nuestra vida? Y es que, la interpretación que tengamos
sobre este pilar del cristianismo, puede ser
decisiva a la hora de interpretar la vida.
Los intentos de explicar a Jesús crucificado son diversos,
pero me parece distinguir dos tendencias principales que, aunque en ocasiones
se complementan, al hacer énfasis en una u otra permite que lleguemos a
conclusiones bien diferentes:
La primera ve a Jesús como el Dios humillado, el Dios que
se anula completamente y se deja clavar en una cruz para poder salvar al ser
humano. Esta es la petición que Dios Padre hace a Dios Hijo: Ser el cordero de
Dios, el sustituto, la ofrenda que Dios necesita en su deseo de ser restituido
por el pecado del hombre. “Sin derramamiento de sangre no se hace remisión”.
(He 9:22).
Apoyados en esta interpretación escuchamos muchas veces
que se anima a la gente a la resignación, la aceptación de la injusticia y la
pasividad, así como Jesús mismo hizo. Se emplaza a las personas que sufren a
una vida plena después de la muerte, una vida en la que todo esto no existirá,
una vida que no tiene nada que ver con la suya actual. Sacrificios de la
alegría de la vida, por la esperanza en el más allá.
Es fácil ver lo beneficioso que puede ser para los poderes
corruptos, los autoritarismos, y para cualquier otra forma errónea de entender
el poder, esta interpretación. Y así, como Bernarda Alba, nos repiten día a
día: “ Eso tiene ser mujer”, “Eso tiene ser pobre”, “Eso tiene ser lesbiana
o gay”,“Eso tiene ser un sin papeles” o “Eso tiene ser cristiano”.
Una vez eliminada de sus propuestas el deseo de ser
felices en este mundo, el mensaje cristiano, si no quiere perder clientela,
deberá aprovechar el filón de las condenas. Si no eres así, o asa, si no crees
esto o aquello, si no aceptas el lugar que supuestamente Dios te ha concedido,
las llamas del infierno serán tu lugar de descanso eterno. También en la casa
que nos describe Lorca todo son prohibiciones, las hermanas se convierten a la
vez en presas y en guardianas unas de las otras. Cada una de ellas gasta sus
energías en esconder los deseos y sacar a la luz los de sus hermanas. Un juego
de hipocresía al que a menudo también jugamos los cristianos.
La segunda interpretación lo presenta como víctima. Jesús,
el Mesías, se entregó por conseguir el Reino de Dios en este mundo, no en el
cielo. Jesús denunció las injusticias y los atropellos del poder político,
religioso y social. Jesús murió en la cruz, pero no la buscó, fue asesinado por
poner en peligro el status quo. Su mensaje nunca fue la resignación sin
más, sino que se atrevió a cuestionar los poderes establecidos: “¡Hay de
vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!” (Lc 11:44), “¿Pensáis que he
venido para dar paz en la tierra? Os digo: No, sino disensión” (Lc 12:51).
Y es que la vida de Jesús no fue una sumisión al lugar que
su origen social y religioso le habían deparado. Y aquí, volviendo a la obra de
Lorca, encuentro similitudes con Adela, la hija pequeña de Bernarda. Es ella la
que de forma más evidente se resiste al encierro al que por ser mujer estaba
obligada. Es ella la que rompe los tabúes y las costumbres, la que se atreve a
darle a su madre un abanico de flores, o la que se pasea ante sus hermanas con
un vestido... verde. Es la que, cuando
una de sus hermanas le dice que tiña ese vestido tan bonito de negro y que se
acostumbre al encierro, exclama con
indignación: “¡No, no me acostumbraré! Yo no quiero estar
encerrada...¡Mañana me pondré mi vestido verde y me echaré a pasear por la
calle! ¡Yo quiero salir!
Todos nosotros, como Adela, queremos ser felices. Más aún
sabemos que tenemos que trabajar para ello, que no caerá como maná desde el
cielo. Por eso el mensaje de Jesús no se puede resumir en una triste cruz,
porque su vida, como la de cualquier ser humano que ame verdaderamente la vida,
fue también una búsqueda de la felicidad. Todos sabemos que Jesús fue criticado
por los hombres religiosos de su época por que no se sometió a sus normas, e
hizo peligrar su poder. Jesús se relacionó con todo tipo de mujeres y hombres,
no le importó saltarse las leyes religiosas si eso era bueno para el ser
humano. Comía y bebía, iba a fiestas, se dejo besar y ungir los pies por una
mujer... Pero sobre todo intentó eliminar el dolor y el sufrimiento de muchas
de las personas que estaban a su alrededor. Jesús por tanto fue también el
Mesías de la alegría, de la fiesta y de la vida. Y el reino de Dios que predicó, un festín
de bodas gozoso.
Es por esto que los cristianos deberíamos hacer énfasis
también en la felicidad, y no estoy proponiendo conseguir una sonrisa perfecta
con la intención de realizar ejercicios proselitistas. Ésta no es nunca una
operación de marketing para conseguir adeptos, sino uno de los ejes sobre los
que debe estar basada la vida cristiana. Tampoco una búsqueda de la propia
felicidad como nos propone nuestra sociedad actual. La felicidad que buscamos
debe ser también la nuestra, como no, pero no debe aspirar sólo a eso, sino que
tiene que estar orientada a la búsqueda y la potenciación de la justicia, la
alegría y la felicidad del prójimo. Felicidad y sensibilidad tendrían que ir
unidas.
El teólogo José Maria Castillo hace una interesante
reflexión sobre este tema: “Una fe que nos hace insensibles a todo lo
humano, a lo que nos hace felices o desgraciados a los seres humanos, es una fe
rota...Y peor aún si se trata de una fe que se traduce en agresiones a la
dignidad de las personas, a los derechos de las personas, a la libertad de las
personas o simplemente a la felicidad de cualquier persona”. (3)
Tener casas, iglesias o vidas blancas, relucientes como la
casa de Bernarda Alba, eso lo llevamos más o menos bien. Aprender del dolor, de
la entrega e incluso de la muerte, lo llevamos regular, aunque lo predicamos y
lo transmitimos mejor. Pero introducir la alegría, el gozo y las ansias de
vivir, de disfrutar de nuestro mundo y de las personas con las que lo
compartimos, creo que es nuestra verdadera tarea pendiente. A los cristianos se
nos conoce más por nuestros mártires que por nuestras vidas gozosas.
García Lorca no vio otra posible salida a la felicidad de
Adela que la muerte, la opresión de su entorno la llevó hasta ese punto. Pero
Adela intentó vivir de verdad, se permitió amar a alguien y soñó con salir de
esa casa opresiva. Jesucristo fue crucificado por los poderes represores a los
que su forma de vivir ponía en entredicho. Pero Jesús amó, vivió y gozó de la
vida, y de lo que ella le daba. Su finalidad fue una vida plena para todos, a
pesar de las consecuencias que esto pudiera acarrearle. Su propósito no fue la
muerte, sino la vida.
Notas:
-
(1) García Lorca, F. “La casa de Bernarda Alba”. (Madrid;
Alianza Editorial, 2003)
-
(2) Nietzsche, F. “Crepúsculo de los ídolos”. (Madrid; Alianza
Editorial, 1981), p. 57.
-
(3)
Castillo, J.M. “Espiritualidad para insatisfechos”. (Madrid; Editorial
Trotta, 2007), p. 85.
- Artículo publicado en la revista Lupa Protestante en Agosto de 2007.
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